Hay personas habituadas a recibir masajes, los valoran mucho
y forman parte de su bienestar semanal. Para ellos el masaje es un arte además
de una ciencia, palabras que se agradecen mucho.
El masaje en este caso se convierte en un lujo, tanto para
quien lo recibe como para el terapeuta, la entrega absoluta a los movimientos
del masajista hacen del mismo un ritual de placer y bienestar.
Esta situación personalmente me enriquece tanto como
terapeuta y como persona.